Cómo en muchas otras profesiones, la actividad del arquitecto tiene que salir de la torre de cristal en la que nos creemos encontrarnos, de los referentes de la arquitectura "moderna" y llegar de la gente a los proyectos y no al revés. Es la única forma de ser efectivo, transformador y útil.
En cualquier ciudad aún queda mucho por discutir sobre las alternativas a la vivienda decente, sobre la transformación del legado patrimonial o sobre la materialización de los nuevos lugares públicos.
Es necesario adaptar la vida tradicional a los nuevos tiempos, sin limitarnos a tratar sólo temas de fachada. Debemos crear arquitectura culta, útil en la técnica y en su lugar. No se trata de fachadas y estilos. Es algo más profundo.
El arquitecto debe ser el primer usuario. El desánimo o la saturación de la profesión, no debería ser excusa para abandonar el ejercicio de la perfección, de la investigación, de ese acto intelectual que debería ser el proyecto y la obra.
Por otro lado, la sociedad ha de exigirse el entendimiento de la arquitectura, como en cualquier otro tema (coches, pintura...), hay que conseguir hacer de la arquitectura un lugar un común en las conversaciones y en la educación general.